por el p. Luis CASASUS, Superior General de los misioneros Identes.
New York, 06 Octubre, 2019. XXVII Domingo del Tiempo Ordinario.
Habacuc: 1,2-3.2,2-4; Segunda carta a Timoteo: 1,6-8.13-14; San Lucas: 17,5-10.
¿Cómo se puede medir la fe? Eso no es una cuestión de escala de grises. Según dice Cristo, la fe se mide en blanco o negro, en sus propias palabras, poca fe (sus apóstoles durante la tormenta en el lago) y gran fe (el centurión, la hemorroísa).
¿Cómo pudo decir tal cosa?
En primer lugar, porque la fe puede aumentar drásticamente… y también puede perderse fácilmente. No hay nada entre estos extremos.
En segundo lugar, porque las acciones hacen visible nuestra fe: cuando estamos dispuestos a cambiar constantemente, aceptando dejar nuestra fama y nuestra comodidad por el bien de los demás, las personas comienzan a ver cómo es realmente Jesús, a medida que nos hacemos cada vez más como Él. Nuestras vidas son un espectáculo visible para todos, por lo que debemos asegurarnos de que las personas puedan ver a Jesucristo, no sólo a nosotros. Nuestro prójimo no recibirá el mayor bien si simplemente me ve a mí. Pero si pueden ver a Cristo, entonces sé que estaré haciendo lo que Dios me ha llamado a hacer.
La fe es un regalo de Dios que requiere por nuestra parte una acción. Pablo en su carta a los romanos dice: La fe sin obras es fe muerta. En realidad, se trata de una forma permanente de diálogo entre Dios y el ser humano: somos fieles al más mínimo deseo de nuestro Padre celestial e inmediatamente sentimos cómo crece nuestra fe y vemos que la Buena Nueva proclamada por Jesús es algo real.
No nos interesa hacer que los árboles vuelen o poder mover montañas. A menudo en su enseñanza, Jesús usó para este propósito ese tipo de imágenes orientales espectaculares. Se refería en esta ocasión a un árbol (quizás el sicómoro) con raíces muy fuertes y profundas que es muy difícil de arrancar del suelo.
Mediante sus sorprendentes afirmaciones, grabó en la mente de sus discípulos la idea de que la fe y la perseverancia pueden lograr lo que parece no sólo imposible, sino inimaginable. El mensaje se puede resumir con las palabras pronunciadas por Él en otro contexto: Todo es posible para quien tiene fe (Mc 9, 23). Eso es lo que llamamos milagros.
Dios no hace milagros simplemente para impresionar a las personas con su poder, sino que actúa de manera benevolente y maravillosa cuando parece que hemos perdido control de nuestras vidas. Los verdaderos milagros se refieren más a nuestras vidas que a ciertos sucesos espectaculares. ¿Permitiré a Dios que actúe en mi vida?
Como refleja la siguiente anécdota, los eventos milagrosos y las acciones espectaculares no son suficientes para darnos la verdadera felicidad:
Era una vez un ratón que vivía en constante angustia por el miedo que tenía a un gato. Un mago se compadeció de él y lo convirtió en gato, pero entonces tenía miedo de un perro. Entonces el mago convirtió al gato en perro. Entonces, el perro experimentó un gran miedo del león. De manera que el mago convirtió al perro en león, pero entonces le atemorizaban cazadores. Así las cosas, el mago se echó las manos a la cabeza y volvió a convertir al león en ratón, diciendo: Nada que pueda hacer por ti será de ninguna ayuda, porque tienes el corazón de un ratón.
Un alcohólico que deja la botella, un matrimonio en peligro que finalmente se restaura, una vida antes dedicada a sí misma y ahora se entregada a los demás por amor, un bebé adoptado por unos padres amorosos, una persona religiosa como tú y yo que se hace más abierta y amable… todo eso son milagros.
Al igual que Habacuc en la Primera Lectura de hoy, ¿Has orado alguna vez sinceramente sobre un asunto en particular, pidiéndole a Dios que lo resuelva de alguna manera concreta? Pero en esos casos vemos que Dios contesta nuestra oración de una manera completamente nueva e inesperada. Así pasa siempre. A veces nos da lo que pedimos… ¡y cómo deseamos que así sea! Pero, generalmente Dios responde dándonos algo mucho mejor y esto es lo que ocurre más comúnmente. Porque, como el cielo es más alto que la tierra, así son mis caminos más altos que tus caminos, y mis pensamientos más que tus pensamientos (Is 55: 8-9).
Cuando Cristo dice que la fe puede vencer todas las dificultades, no quiere decir que podamos cambiar la mente de Dios. Más bien, la fe cambia nuestra mente. La fe cambia nuestra perspectiva de la vida. Tener fe en Dios no es tanto una cuestión de pedirle que haga nuestra voluntad, sino más bien, es hacer su voluntad. Esto es lo que el siervo inútil intenta hacer. La verdadera fe es un servicio fiel, en obediencia a su voluntad.
De hecho, algunas de las mejores y decididamente positivas respuestas a la oración parecen, al principio, ser algo negativo: nuevos problemas, momentos de duda o dolor. Nos encontramos en circunstancias difíciles que no habíamos previsto. El propio dolor insoportable de Jesús en la cruz fue utilizado por Dios para la victoria final. Tu ira dura un instante, pero tu bondad dura toda la vida. Por la noche podemos llorar, pero cuando llegue la mañana estaremos gozosos (Salmo 30: 5).
Dios se reveló al pueblo de Israel y prometió un Mesías que le haría libres para siempre. Esperaban un salvador político, que restauraría la nación geográfica de Israel, venciendo a sus opresores y atrayendo a Dios a las gentes de toda nación. Cuando Jesús fue traicionado y entregado para su ejecución a los romanos, las esperanzas de los judíos se desvanecieron.
Dios asegura a Habacuc que sigue trabajando en las naciones y en el pueblo de Judá. Pero esto no ocurre de la manera que Habacuc espera que sea. Dios está actuando de formas que la mente humana no puede comprender, y está cumpliendo fielmente su voluntad.
El plan de Dios para el mundo va más allá de la política humana y tiene como objetivo liberar a todos y cada uno de nosotros del pecado y la muerte.
En nuestras vidas, estamos a punto de pasar por una tormenta, estamos en una de ellas… o acabamos de salir de alguna. A veces, estas tormentas que atravesamos son la respuesta a nuestras oraciones. Sí, nuestra oración es respondida de una manera que nunca podríamos haber imaginado. El fruto de la purificación que experimentamos es una nueva pasión por las cosas de Dios y una liberación de nuestros miedos. Puede que no comprendamos el propósito de esas pruebas en este momento, pero debemos confiar en nuestro Padre Celestial. El enemigo intenta destruirnos infundiendo miedo en nuestro corazón. En muchos sentidos, la fe y el miedo son opuestos.
La mayoría de las veces, estamos ciegos a las bendiciones que Dios nos da diariamente. Nos despertamos, vemos brillar el sol, y no damos gracias a Dios.
Un hombre se perdió una vez en el bosque. Días después, al relatar su experiencia, contó lo asustado que estaba y cómo incluso finalmente se arrodilló y rezó. Alguien le preguntó: ¿Respondió Dios a tu oración? El hombre contestó: Oh, no. Antes de que Dios tuviera oportunidad de hacerlo, apareció un guía y me mostró el camino.
Nos quejamos de nuestros trabajos, olvidando que muchos estarían agradecidos por tener cualquier trabajo o incluso por tener la fuerza física para ir a trabajar. Nos quejamos de nuestra falta de dinero, olvidando que cada mes gastamos más en comida, ropa y entretenimiento que lo que muchos en el mundo ganan como ingreso total. Nos quejamos unos de otros y muchos religiosos critican a los superiores y obispos, olvidando que estamos llamados a darles testimonio del Evangelio.
Es más, como sabemos por experiencia personal, recibimos el perdón de Dios a pesar de nuestra falta de visión y nuestra gran mediocridad, porque somos conscientes de que Él no apaga nuestra poca fe, sino que siempre nos da una nueva oportunidad para continuar construyendo su Reino a través de nuestro humilde servicio a los menos favorecidos.
Si creo en Jesucristo o si soy una persona que ni siquiera cree en Dios, el hecho es que Dios me ha bendecido mucho más de lo que creo y mucho más de lo que merezco. Es importante responder adecuadamente a las abundantes bendiciones de Dios glorificándolo con un corazón agradecido.
Abraham es considerado no sólo como el padre de los creyentes, sino también como modelo del hombre orante. Su vida nos enseña que es necesario creer para orar y necesitamos orar para alimentar nuestra fe y estar preparados para aceptar la voluntad de Dios.
La verdad es que muchos eventos de nuestra vida son enigmáticos, incomprensibles e ilógicos y parecen dar razón a quienes dudan de si Dios está presente y acompaña nuestra existencia. Esto se refleja dramáticamente en la Primera Lectura de hoy y es la razón por la cual San Pablo busca alentar a Timoteo, el joven obispo tímido y reservado: No te avergüences del testimonio de nuestro Señor, ni tampoco de mí, que soy su prisionero. Al contrario, comparte conmigo los sufrimientos que es necesario padecer por el Evangelio, animado con la fortaleza de Dios.
Aprovechando todas las dificultades que enfrentamos por adentro y por fuera, el Espíritu Santo realiza en nosotros su purificación. Nuestro padre Fundador nos hace entender que el plan de Dios para nosotros, por medio de la purificación, no es simplemente eliminar el pecado, sino hacer posible en la práctica la perfección evangélica:
Amad la purificación de vosotros mismos con aquella urgencia, con aquella claridad y esa precisión de Cristo en el Evangelio que os invita a la temeridad, dejando todas las cosas que haya que dejar, a efecto de hacer bueno el divino éxtasis. ¡Dejadlo todo! Os hablo en espíritu. Vaciaros totalmente dentro de vosotros mismos de todo lo que Él no sea. Hacedlo, nada más, según la deliberación de vuestra conciencia. Prestad con vuestra conciencia máxima atención a aquello que se os representa, a esas persuasiones íntimas, teniendo en cuenta el Magisterio de la Iglesia, la vida misma del Instituto y las inspiraciones del Espíritu Santo. Cuando veáis que, efectivamente, esto no es perfectamente puro, perfectamente noble, perfectamente bello, rechazadlo al instante con la deliberación moral de vuestra conciencia (Nuestro padre Fundador, 31 de enero, 1971).
La experiencia de impotencia y vacilación, que sacude nuestra fe y esperanza, ocurre todos los días. Esto explica la petición de los apóstoles: Aumenta nuestra fe. Se dieron cuenta de que la madurez espiritual no es fruto de su esfuerzo y de su compromiso, sino que es sobre todo un don de Dios que hemos de aceptar y al que debemos responder. Se sintieron impulsados a pedirle a Jesús que los hiciera más decididos, convencidos y generosos en la elección que hicieron de seguirlo.
Poder trabajar por Él y servirle, es en sí mismo el mayor gozo. Un siervo fiel es aquel que lleva a cabo lo que Dios quiere de él. No tiene otro deseo. La mayor recompensa es la alegría de vivir rectamente, ser fieles y consistentes en nuestras palabras y acciones, incluso cuando somos mal entendidos o rechazados.
La Madre Teresa dijo que Dios nos llama a ser fieles, no a ser exitosos. Es la fidelidad a nuestro llamado lo que nos da una profunda alegría y paz, no así el éxito. Lo que el mundo considera exitoso puede ser un fracaso para Dios y para nosotros mismos. ¿De qué sirve tener éxito cuando perdemos nuestra paz?