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Una Familia Peregrina | Evangelio del 29 de diciembre

By 25 diciembre, 2024No Comments


Evangelio según San Lucas 2,41-52:

Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua.
Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre,
y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta.
Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos.
Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él.
Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas.
Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas.
Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: «Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados».
Jesús les respondió: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?».
Ellos no entendieron lo que les decía.
El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón.
Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.

Una Familia Peregrina

Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes 

Roma, 29 de Diciembre, 2024 | La Sagrada Familia.

1Sam 1: 20-22.24-28; Col 3: 12-21; Lc 2: 41-52

El domingo pasado, al celebrar la Visitación de María a Isabel, recordábamos que no tuvo una vida fácil por muchas razones. Hoy, al celebrar la Fiesta de la Sagrada Familia, el texto evangélico nos recuerda una seria dificultad que María y José sufrieron durante la Pascua, con la desaparición del adolescente Jesús por tres largos y angustiosos días.

Este momento singular en la vida de Cristo merece una especial atención, por varias razones. Es el único episodio que conocemos de su juventud; contiene las primeras palabras del joven Jesús y es la última ocasión en que aparece San José, de quien se piensa que falleció antes que su Hijo comenzara su ministerio público. Sin duda, las pruebas por las que pasó la Sagrada Familia serían muchas más, que el Evangelio no recoge.

Deberíamos reflexionar un poco más y quejarnos menos, al constatar que Cristo tuvo serias dificultades dentro de su familia, que llegó a considerarle loco (Mc 3: 20-21) y su propia Madre, en Caná, le hizo cambiar su plan sobre cómo y cuándo iniciar su misión pública. Nada de ello significó una tragedia ni un deterioro en la confianza mutua. Por el contrario, el texto evangélico concluye diciendo que, al regresar a casa, el joven Jesús vivía sujeto a sus padres.

La diferencia con nuestros malentendidos y desacuerdos es que nosotros no creemos que Dios quiere decirnos algo a través de la persona que juzgamos equivocada o inoportuna. La clave nos la da hoy el Evangelio en la actitud de María: “Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón”.

No se limitaba a ser paciente y sufrida. Ella sabía que la Providencia haría cosas preciosas e inesperadas con cada experiencia, feliz o penosa de sus días.

Sin duda, nos falta esa virtud que nuestro padre Fundador, Fernando Rielo, nos aconsejó vivir: el buen humor, que NO consiste en contar historias graciosas, sino en no dramatizar, guardar distancia con las calamidades, que son reales, pero NO nos definen ni nos pueden controlar.

Una joven madre estaba en casa limpiando cuando sonó el teléfono. Al ir a contestar, tropezó con una alfombra mal colocada y, buscando algo a lo que agarrarse, se apoyó en la mesa del teléfono. Esta cayó con estrépito y el auricular se descolgó. Al caer, golpeó al perro de la familia, que se levantó de un salto, aullando asustado y ladrando. El niño de tres años, sobresaltado por este ruido, prorrumpió en fuertes alaridos. La mujer dio algunos gritos desesperados. Por fin consiguió tomar el auricular y acercárselo al oído, justo a tiempo para oír la voz de su marido al otro lado: Nadie ha respondido todavía, pero estoy seguro de que he marcado el número correcto.

—ooOoo—

La familia, o la comunidad religiosa, no cumplen solamente funciones protectoras, lo cual es deseable y necesario, sino que su testimonio marca a sus miembros profundamente. De manera poderosa e insustituible, el futuro de la persona es sellado por sus experiencias comunitarias.

* El decir de manera poderosa, significa que, aunque la persona olvide por un tiempo, renuncie, rechace o se oponga a los mejores valores y virtudes que ha visto en su familia (¡aunque fueran muy pocos!) el tiempo le confirmará que se trataba de un tesoro tal vez mal aprovechado en sus años jóvenes o de adulto. Hoy día, se reconoce que muchas actitudes que aprendemos en la infancia, se transforman en elementos de nuestra personalidad. De forma muy especial, nuestra capacidad de relacionarnos con los demás viene modelada y condicionada por la forma en que fuimos tratados y escuchados (o ignorados) en nuestra familia.

No solo eso, sino que la posibilidad de vivir una auténtica vida espiritual y una forma de vocación religiosa, en cualquier estado, viene también formada por nuestros años infantiles. Todos conocemos el caso de Louis y Zélie Martin, padres de Santa Teresa de Lisieux y canonizados en 2015, que vieron cómo sus cuatro hijas consagraron sus vidas a Dios. En la Primera Lectura de hoy, Ana, la madre de Samuel, es plenamente consciente del privilegio recibido, no sólo de traer un hijo al mundo, sino de poder entregarlo a Dios: Éste es el niño que yo le pedía al Señor y que él me ha concedido. Por eso, ahora yo se lo ofrezco al Señor, para que le quede consagrado de por vida.

En los libros de los Vedas, pertenecientes a la antigua religión de India, y que se enseñaban a todos los niños, se pueden leer mantras que significan: Adora a tu madre como a Dios. Adora a tu padre como a Dios. Y los Vedas eran enseñados a todos en la infancia.

* Afirmar que el testimonio de la familia (o la comunidad) es insustituible, es algo que todos hemos comprobado. Cuántas veces un joven que conoce la doctrina católica, que intenta hacer el bien y está de acuerdo con todos los valores cristianos, decide cambiar completamente sus planes y consagrar su vida a Dios, al ver en una comunidad la realización de la promesa de Cristo: Todo el que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos o tierras por Mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna (Mt 19: 29).

Por otro lado, no hace falta insistir que el anti-testimonio dado por una comunidad dividida tiene el maléfico poder de aplastar la llamada del Espíritu Santo, que estará obligado a buscar otros caminos para que el alma generosa logre realizar el plan divino para ella.

La semilla que no ha sido sembrada en el ámbito familiar tendrá muchas dificultades para prosperar si se quiere plantar después, cuando estamos confiados y seguros del valor de nuestra experiencia. Como dice el viejo proverbio, se puede doblar una rama verde cuanto se quiera, pero con un palo seco no se puede hacer lo mismo. Ya Jesús respondió claramente a Nicodemo, diciendo que nadie puede ver el reino de los cielos si no nace de nuevo; esto es una forma de decir que, para cambiar profundamente, hay que deshacerse de hábitos, de formas de actuar que, con el tiempo, se han convertido en pesadas cargas que nos hacen difícil transformarnos.

La familia natural o religiosa no tiene como fin “perdurar” o “vivir en paz”. Eso son obviamente condiciones necesarias. Pero una familia, igual que una comunidad religiosa, un país o cualquier asociación humana, se degenera y se destruye cuando sus miembros pierden de vista el fin de la misma. Esto es una lección de la historia, que nos sigue dejando perplejos al ver una y otra vez cómo los imperios caen, no simplemente por falta de capacidad, sino por la corrupción y la ausencia de compromiso de sus ciudadanos.

En el caso de una familia natural o religiosa, esto es especialmente importante y se pone de manifiesto en el individualismo, aunque al principio la aspiración de cada miembro fuera el compartirlo todo. Así somos. En última instancia, no dependemos de nuestras habilidades ni de nuestro ingenio, sino de acoger la gracia de Dios, a la cual tantas veces somos insensibles.

La paz y la armonía familiares no pueden darse por sentadas y, de hecho, la ruptura familiar es cada vez más frecuente, produciéndose a los pocos meses o después de muchos años.

Una familia está llamada a vivir varias misiones concretas, de modo particular:

– El cuidado mutuo de los esposos, en todas las dimensiones de la existencia; como se dice en el rito del Sacramento del Matrimonio: …en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida.

– La atención a los hijos en su salud, educación, vida social y -por supuesto- en la fe.

– El cuidado exquisito de los miembros ancianos o enfermos.

– En el caso de las familias cristianas, han de explorar cómo compartir su fe con otras familias, con cualquier persona que les visite.

Como dijo el Papa Juan Pablo II: Tal como va la familia, así va la nación y así irá el mundo entero en el que vivimos.

Una lección que debemos aprender del Evangelio de hoy es que, conocer a alguien exige tiempo; de hecho, el conocimiento total de un cónyuge, de un hijo o de un hermano de comunidad es imposible… y no es indispensable. María y José no podían imaginar con precisión la misión de su Hijo, de igual manera que Isabel y Zacarías, aunque ambos eran justos a los ojos de Dios (Lc 1: 6), no preveían la grandeza y el martirio de su hijo. Todo ser humano es un auténtico misterio y por eso hemos de mirarlo y tratarlo con reverencia, pues Dios Padre le espera para abrazarle.

Eso ayuda a comprender la importancia de la obediencia. Es bien sabido que esa palabra proviene de la expresión ob-audire, que en latín significa escuchar con ánimo abierto a quien me habla, reconociendo su autoridad. Por eso, el hijo, o la persona dirigida han de obedecer a los padres, o al superior, pero, al mismo tiempo, es debida una forma de obediencia a quien se somete a la autoridad, pues esa persona está bajo la acción de la Providencia, aunque sea rebelde y egoísta; tal vez me obliga a cambiar mis mejores planes. Sólo después de muchos años comencé a entender lo que nuestro padre Fundador nos decía a un grupo de jóvenes misioneros: Yo no sólo obedezco a Dios, sino también a cada uno de ustedes.

Los tres Consejos Evangélicos, pero con máxima fuerza la obediencia, crean y aseguran la comunión, por eso la obediencia es –al menos “cosa de dos”.

Esto no es una forma idealista o romántica de hablar; ciertamente, Dios QUIERE decirme algo a través de la persona que es menos experta, más joven, que tiene distinta opinión distinta a la mía o que, incluso, se rebela. En el tiempo de oración silenciosa, no puede faltar esta reflexión, este esfuerzo por descubrir poco a poco la misión de esa persona y ayudarle a ser fiel. Así ocurrió con Jesús en el Templo, que a los doce años comenzó a vivir de manera diferente, respondiendo a la voluntad de su Padre celestial prácticamente como un adulto, pues a los 13 años se reconocía la mayoría de edad en Israel.

No está de más recordar que, en el interior de la familia o de la comunidad religiosa, la enseñanza se lleva a cabo por medio del ejemplo, por muy necesarias que sean las palabras y las lecciones.

Una madre se escandalizó al oír a su hijo decir una mentira. Llevándose al chiquillo aparte para hablar de corazón a corazón, le explicó gráficamente lo que les ocurría a los mentirosos: Un hombre feo y grande, con ojos rojos de fuego y dos cuernos afilados, atrapa por la noche a los niños que dicen mentiras y se los lleva al planeta Marte, donde tienen que trabajar en una cueva oscura durante cincuenta años. Así que, concluyó, no volverás a decir una mentira, ¿verdad, cariño?

No, mamá, respondió el niño, seriamente ¡Pero……tú dices mentiras más grandes, mamá!

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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASUS

Presidente