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Soy yo quien les eligió a ustedes | Evangelio del 5 de mayo

By 1 mayo, 2024mayo 4th, 2024No Comments


Evangelio según San Juan 15,9-17:

En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado.
»Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros».

Soy yo quien les eligió a ustedes

 Luis Casasús, presidente de las misioneras y los misioneros Identes

Roma, 05 de Mayo, 2024 | VI domingo de Pascua

Hechos 10: 25-26.34-35.44-48; 1Jn 4: 7-10; Jn 15: 9-17

El amor del que habla Cristo no se parece mucho al eros, al afecto, a la amistad… ni a lo que tú y yo pensamos de la caridad. El amor que Cristo nos pide es una verdadera travesía, hermosa, sí, pero llena de sobresaltos, de nuevos desafíos. Con razón escribía C.S. Lewis que el único lugar fuera del Cielo donde uno puede estar perfectamente a salvo de todos los peligros y las perturbaciones del amor es el Infierno (Los Cuatro Amores, 1960).

Pero no tenemos que sentirnos acomplejados. También un experto en la Ley de Moisés hizo una pregunta bastante torpe a Cristo: ¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna? (Lc 10: 25). Aunque el Maestro le dio una respuesta consoladora, confirmando que el amor a Dios y al prójimo lo es todo, la verdad es que el escriba cometió un fallo lógico: No heredamos nada por el hecho de hacer algo. Una herencia refleja la voluntad de una persona sobre el destino de sus bienes, con lo cual a veces hay herederos indignos y perversos, que reciben una herencia preciosa y valiosísima.

Como muchos judíos de su tiempo (y bastantes de nosotros), ese experto en la Ley tenía una forma de pensar arrogante y autosuficiente, creyéndose capaz de hacer actos de amor que mereciesen para él la vida eterna. Sin embargo, Cristo ya había explicado en la Parábola del Sembrador que se puede distinguir la tierra fértil que ha acogido la Palabra, por los frutos que da, en primer lugar, por el fruto moral de obediencia a esa Palabra. Este escriba, si hubiera tenido buena intención, debería haber preguntado: ¿Cómo puedo estar seguro de que pertenezco al pueblo de Dios, de que soy uno de los que está heredando el reino de los cielos?

Eso explica por qué Jesús continuó su explicación con la Parábola del Buen Samaritano, que es magistral y admirable en muchos sentidos, pero ahora conviene destacar que en la mentalidad judía del siglo I no podía existir un «buen samaritano». Diariamente se ofrecían súplicas rogando a Dios que les negara toda participación en la vida eterna. Muchos rabinos decían incluso que un mendigo judío debía rechazar la limosna de un samaritano porque su mismo dinero estaba contaminado.

Pero, eligiendo a una persona de esa etnia tan odiada, Cristo nos hace comprender que en realidad el amor del Evangelio, la caridad, está tan unida y es tan dependiente del don de Piedad, que “hasta un samaritano”, acogiendo ese don, puede ser capaz de vivir el amor más sublime y más ajustado a lo que el Maestro vivió. Eso es estar heredando la vida eterna.

En esa línea se expresa Pedro en la Primera Lectura, diciendo: Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea.

Seguramente, nosotros no somos precisamente xenófobos ni racistas, pero ¿somos capaces de mostrar un amor y un afecto visibles, inmediatos, a la persona que nos contradice?

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Cristo da al amor categoría de mandamiento. Pero la verdad es que tenemos la capacidad y la libertad de no amar, especialmente de no corresponder al amor que se nos ha entregado, incluso si viene de un ser omnipotente…

Cuando Israel era niño, yo lo amé y de Egipto llamé a mi hijo. Pero cuanto más los llamaba, más se apartaban de mí: ofrecían sacrificios a Baal y quemaban ofrendas a los ídolos (Oseas 11: 1-2).

Cristo no impone una nueva ley. Primero, porque no pretendía suprimir la riqueza de la ley antigua ni de ninguna religión. Y, además, porque quiere abrirnos los ojos a una realidad: aunque el amor al prójimo, amable o desapacible, sea a veces difícil y exija siempre entregar la vida, de una forma u otra, resulta que la virtud más saludable es la caridad, como decía nuestro padre Fundador. Es una manera de recordarnos que cada vez que intento ponerme por encima de los demás, con mis opiniones y deseos más estimados, no solo estoy perdiendo una ocasión de ser embajador de Cristo, sino que estoy malgastando y destruyendo mi propia existencia con falsas seguridades.

El amor equivale a una forma de respiración espiritual, algo que hacemos no solo en ocasiones especiales, sino en cada instante. Si bien reconocemos que no lo hacemos así, esa debe ser nuestra aspiración. Por algo nuestro padre Fundador estaba muy de acuerdo y citaba la sentencia de San Juan de la Cruz: Aprende a amar a Dios como Dios quiere ser amado y deja tu condición.

Hasta en los más pequeños detalles, en los asuntos que no parecen importantes, tenemos ocasión de manifestar nuestro amor, si es de verdad inspirado en la misericordia divina.

Una joven entró en una tienda de telas y preguntó al propietario si tenía algún tipo de material ruidoso y crujiente de color blanco. El propietario, un poco sorprendido, buscó en el inventario y finalmente encontró dos rollos de tela que se ajustaban a la descripción. Mientras cortaba la tela según las especificaciones de la clienta, le picó la curiosidad y le preguntó por qué la mujer quería una tela tan inusual y ruidosa. La joven respondió: Verá, estoy confeccionando mi vestido de novia y mi prometido es ciego. Cuando vaya por el pasillo, quiero que sepa cuándo he llegado al altar, para que no se sienta incómodo.

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Entre los que Jesús llama “sus amigos” estaban Simón, un revolucionario zelote; Pedro, una persona de carácter difícil; Mateo, un odiado cobrador de impuestos; Judas, un traidor y dos hermanos (Santiago y Juan) ambiciosos y algo obstinados. Desde luego, el criterio de Cristo para elegir sus amigos no era ni la afinidad, ni la complementariedad, ni los intereses comunes, como afirmarían bastantes psicólogos sociales. Pero como se trataba de una comunidad con todo tipo de dificultades personales e interpersonales, también nosotros tenemos la seguridad de poder ser elegidos como amigos suyos, a pesar de cualquier limitación o vicio que nos caracterice.

El signo de esta amistad es claramente definido por Cristo: A ustedes les he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre se lo he dado a conocer. Y ¿qué es lo que Jesús oyó de su Padre? Esencialmente, el dolor de un amor no correspondido que mencionábamos antes. Cuando somos capaces de comunicar, escuchar y compartir el “dolor del amor” (como dice nuestro padre Fundador), entonces podemos hablar de verdadera amistad.

Se cuenta una historia de una anciana generosísima y de poca cultura que había pasado setenta años como sirvienta de una aristócrata; desde su infancia hasta su vejez. La dueña había fallecido y, en un esfuerzo por consolar a esta anciana sirvienta, una vecina le dijo: Siento mucho la muerte de Doña Mercedes. Debes de echarla mucho de menos. Sé que eran muy, muy amigas.

-dijo la sirvienta – siento mucho que haya muerto; pero no éramos amigas.

– respondió la vecina – sé que lo eran. Les he visto muchas veces riendo y hablando juntas.

Así es -replicó la sirvienta- Nos hemos reído juntas y hemos hablado muchísimo, pero éramos solo ‘conocidas’. Verá, señora, nunca hemos derramado lágrimas juntas. Creo que las personas tienen que llorar juntas antes de considerarse amigas.

Esta amistad de Cristo, caracterizada por darnos a conocer lo que oye del Padre, no se refiere a un asunto de información o de secretos misteriosos. Se trata de su respuesta a nuestro pequeño pero sincero acto de atención, un acto de confianza al encargarnos hacer visible su forma de amar.

Él no estaba impresionado por las multitudes que en algunas ocasiones le escuchaban, por eso repite las viejas y duras palabras del Antiguo Testamento: Ve, y dile a este pueblo: “Escuchen bien, pero no entiendan; Miren bien, pero no comprendan” (Isaías 6 :9). Era admirado por muchos, que estaban agradecidos por curaciones y otros prodigios, incluso cambios en la vida moral de algunos. Pero lo que esperaba y espera hoy el Maestro no es simplemente que le admiremos y seamos algo mejores, sino que vayamos y demos fruto, y que nuestro fruto permanezca.

Si de verdad somos capaces de hacer amigos, lo cual es el principio de nuestra acción apostólica, por supuesto que daremos un fruto que permanece. Y permanece eternamente, comenzando con una recepción especial en el cielo: Por eso, les aconsejo que se ganen amigos utilizando las riquezas de este mundo. Así, cuando llegue el día de dejarlas, habrá quien los reciba en la mansión eterna (Lc 16: 9).

En esta vida, uno de los frutos que menciona hoy Cristo es que nuestra alegría será completa. Pero es así; el amor de Cristo alcanza a todas las personas. Por mucho que yo pueda amar a uno, dos, o muchos seres humanos, si queda alguien fuera de mi amor, si no encuentro la forma de manifestarle mi amistad, no puedo ser completamente feliz. De hecho, todos tenemos alguna experiencia de haber vivido una relación de amistad con alguien y más tarde contemplar con dolor cómo esa relación se transforma en indiferencia o incluso en odio. La amistad humana, la que podemos vivir con nuestras fuerzas, es bastante limitada. La que Cristo nos permite vivir, si le imitamos, no pone condiciones a los demás y siempre es fruto de una inspiración nueva, original. Cada amigo es distinto.

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Puede dar la impresión de que el discurso de Cristo hoy es contradictorio: por una parte, nos llama amigos y por otra nos dice que lo que hemos de hacer es obedecer sus mandamientos y hacer lo que Él nos manda. No se trata de comprender intelectualmente estas frases. Más bien, de comprobar y relatar cómo en efecto es así en mi vida personal. Somos impotentes para amar de verdad si no contamos con Él, por eso necesitamos obedecer, ser fieles a sus instrucciones, obedecer sus mandamientos, y en especial ser fieles a los Consejos Evangélicos (pobreza, castidad y obediencia): son el portal de la caridad.

Podemos comprobar en el Antiguo y en el Nuevo Testamento cómo Dios llama amigo a Abraham (Isaías 41:9), y El Señor hablaba cara a cara con Moisés, como lo hace uno con un amigo (Éxodo 33: 11). Y hoy Jesús recuerda a sus discípulos que son amigos. Pero no es suficiente. Hemos de ser conscientes y hemos de relatar y compartir con los demás la historia de nuestra amistad con Cristo. Es una historia real, que ilustra cómo una cosa es decir a alguien que soy su amigo, y otra cosa es que esa persona me reconozca como verdadero amigo suyo.

En nuestra amistad con Cristo sucede como en la que tuvieron con Dios Moisés, Abraham, Pedro o Santiago, que pidió a Jesús que enviara fuego sobre una ciudad samaritana. Una y otra vez somos acogidos y perdonados. Si es bueno recordar nuestros errores, es sobre todo para traer a la memoria cómo se produjo el perdón correspondiente, cómo la Providencia puso la persona, el suceso, el sentimiento adecuado para darnos la seguridad de que nunca seremos rechazados, a pesar de haber respondido de muchas maneras «NO» a la voz divina.

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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis Casasús

Presidente