A las 4:15 de la madrugada del 3 de febrero pasado, en Quito (Ecuador), nuestro querido hermano Juan Luján Laula ha partido a la casa del Padre. “Una vida de santidad ofrecida a nuestro Padre Celeste “: se podría resumir así la vida de nuestro hermano Juan. Un misionero que se caracterizó por su caridad, por su generosidad, y por su bondad en sus gestos, siempre con una amplia sonrisa. Ha sido una persona abnegada y querida por donde pasó. Quien lo ha conocido de cerca, ha tocado con mano su apasionado amor por las Personas Divinas, a cuyo servicio se ha donado con generosidad, como lo hizo nuestro fundador, Fernando Rielo. Su atención hacia las personas, su hacerse próximo a las necesidades espirituales y no espirituales, se arraigaban en su relación con Dios.
Nació en Madrid el 2 de noviembre de 1953, ingresando en el Instituto en el estío de 1974. A lo largo de 1975 efectuó la profesión apostólica y la celibial. Veinte años más tarde, concretamente el 14 de mayo de 1995, fue ordenado sacerdote en Roma por san Juan Pablo II, junto a nuestro venerable hermano Bernardo de Angelis, también en el cielo. En la Pontificia Universidad Lateranense había cursado el Bachillerato Teológico y se había licenciado en Teología Fundamental.
Varios habían sido sus destinos institucionales, como también sus misiones. Cuando se puso en marcha el monasterio la Victoria de san José de Constantina (España), él fue uno de los primeros misioneros que lo habitó. Fue párroco en Cervera de Buitrago Robledillo de la Jara (Madrid), delegado de enseñanza del arzobispado de Quito (Ecuador), y párroco de Arpino, donde los fieles le mostraron abiertamente su cariño cuando regresó más de una vez, tras haber desempeñado otras misiones. En octubre de 2021 había sido trasladado a la ciudad de Santo Domingo (Ecuador).
Cuando hablaba de su llamada a la santidad, que le llevó a entrar en el Instituto, recordaba que había pasado de su trabajo de herrero a una vida de largos horizontes, pudiendo así servir a la entera humanidad; una humanidad necesitada de la consolación que encarnó Jesucristo.
Muchísimas gracias, querido hermano, por tu generosa y edificante vida que ya es plenamente de nuestro Padre Celestial. Descansa en paz, e intercede por todos nosotros junto a nuestro amado fundador, Fernando Rielo, y a los hermanos y hermanas que se van uniendo a él.