por el p. Luis CASASUS, Superior General de los misioneros Identes
Madrid, 23 de Agosto, 2020. | XXI Domingo del Tiempo Ordinario.
Isaías 22: 19-23Carta a los Romanos 11: 33-36; San Mateo 16: 13-20.
Esta es una cita de un famoso y locuaz ganador del Premio Nobel de Física (1965):
Puedes saber el nombre de ese pájaro en todos los idiomas del mundo, pero cuando lo hayas conseguido, no sabrás absolutamente nada sobre el pájaro. Sólo sabrás de los humanos en diferentes lugares, y cómo llaman al pájaro. Así que miremos al pájaro y veamos lo que hace, eso es lo que cuenta. Aprendí muy pronto la diferencia entre saber el nombre de algo y saber algo (Richard Feynman).
Pedro no tenía exactamente una educación científica, pero tenía una apertura muy notable, que le permitió sacar conclusiones sobre la identidad de Jesús basadas precisamente en su experiencia personal, en lo que Jesús había hecho en su propia vida.
Hay una gran diferencia entre conocer el nombre y los hechos de una persona y conocer las implicaciones de su vida en la nuestra; en el caso de Cristo, para identificarnos progresivamente con Él. ¿Quién dices que soy? es una pregunta que necesariamente implica un compromiso de nuestra parte. La respuesta a esta pregunta requiere un cambio en nuestras actitudes y comportamiento. Este es el verdadero conocimiento: La profesión de fe de Pedro no fue una simple respuesta intelectual a una pregunta. Fue la toma de una posición, una postura definitiva ante Dios y ante el mundo. Pedro abrazó la verdad sobre Cristo, y, a cambio, Cristo le confió el cuidado de la Iglesia.
No sabemos realmente cuál era la idea de Pedro sobre Jesús. Puede ser que viera a Cristo como el hijo de Dios que vino a abolir el dominio del Imperio Romano y restaurar el Reino. O podría haberlo concebido como un reformador espiritual; pero la experiencia de Pedro lo hizo un hombre diferente. El día de Pentecostés, este ignorante pescador se dirigió a multitudes que hablaban diferentes idiomas, pero le escucharon en su lengua. Se presentó ante los gobernantes y las autoridades y declaró su lealtad a su maestro; aceptó el encarcelamiento por el bien de su maestro; y finalmente abrazó la muerte en la cruz.
Sí, Pedro era muy consciente de lo que Cristo había hecho en su propia vida. Lo importante no eran los milagros o las palabras. Los hechos prodigiosos fueron interpretados por muchos como una obra del diablo. Y las palabras de Cristo fueron a veces malinterpretadas y otras veces usadas como un arma contra él. Pero la actividad continua de Jesús en nuestro corazón, el Motus Christi, es algo que permanece y que debemos acoger con atención e inteligencia.
Seguramente, nuestra relación con Cristo, al igual que con el Espíritu Santo o nuestro Padre celestial, tiene dos direcciones.
El aspecto ascético de esta relación se condensa en sus propias palabras cuando Él dice quién es: Camino, Verdad y Vida. La conclusión es que nuestro esfuerzo debe dirigirse a identificarnos con Él (Camino), a recordar lo que Él enseña (Verdad), con la ayuda del Espíritu Santo a nuestra pobre memoria y a realizar en todo momento que sólo lo que hacemos con Él es fructífero y duradero (Vida).
La dimensión mística de nuestra relación con Cristo se puede resumir en esa conciencia fraterna que también se basa en sus palabras: Estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos.
Las palabras de San Pablo hoy resumen poderosamente quién es Cristo para nosotros, ascética y místicamente: Porque de él proceden todas las cosas, y existen por él y para él. A él sea la gloria para siempre.
Recordemos con un pequeño relato lo lamentable que es no abrazar la Verdad en cada momento y hacer de ella nuestro Camino y nuestra Vida:
Desde los primeros años del siglo VIII en adelante, durante muchos años, la agitación en lo que ahora conocemos como España fue muy intensa, las luchas de poder fueron frecuentes y la siempre presente amenaza de ataque de los señores de la guerra musulmanes en sus búsquedas de dominación causó a los príncipes locales bastantes problemas.
Se cuenta la historia de un príncipe de Granada en particular, que era sospechoso de planear un intento de tomar el trono de España para sí mismo. Temiendo que este Príncipe de Granada tuviera éxito, los otros nobles lo secuestraron y lo pusieron en aislamiento durante 33 años, después de los cuales murió. Durante su cautiverio utilizó el tiempo para estudiar la Biblia. Después de su muerte, sus captores examinaron la celda en la que había vivido durante tanto tiempo, y encontraron en las paredes anotaciones de este tipo: El Salmo 118:8 es el versículo medio de la Biblia; Esdras 7:21 contiene todas las letras del alfabeto excepto la letra j; el noveno versículo del octavo capítulo de Ester es el más largo de la Biblia.
Hay una diferencia entre conocer los hechos y palabras de Jesús, y permitirle que te cambie de adentro hacia afuera. La verdad de Jesús no es solo información. Como dice Santiago: No se contenten solo con escuchar la palabra, pues así se engañan ustedes mismos. Llévenla a la práctica. El que escucha la palabra, pero no la pone en práctica es como el que se mira el rostro en un espejo y, después de mirarse, se va y se olvida en seguida de cómo es. Pero quien se fija atentamente en la ley perfecta que da libertad, y persevera en ella, no olvidando lo que ha oído, sino haciéndolo, recibirá bendición al practicarla (Sant 1:22–25).
Cuando somos conscientes y aceptamos que Cristo camina con nosotros, que conoce nuestro dolor y nuestras aspiraciones, comenzamos de manera inesperada (como dice la Segunda Lectura) a dar fruto para el Reino de los Cielos. Somos hechos apóstoles y enviados como embajadores de Cristo al mundo. Nuestra postura ante la Verdad tiene consecuencias: Debemos ser coherentes con nuestra fe cada día. Las personas que nos rodean no separarán el mensaje y el mensajero, la Verdad y su manifestación viva. Se preguntarían: ¿Puede alguien recomendar a otros aquello a lo que no ha sido profundamente fiel él mismo? ¿Y cómo podemos creer lo que se dice, a menos que veamos sus efectos en quien lo dice? Así como decimos que Jesús es el rostro visible de Dios, cada uno de nosotros debe hacer visible a Cristo en nuestras acciones. Una sola excepción a esto en mi comportamiento esparcirá la duda y el escepticismo en mi prójimo.
En las sencillas acciones de cada día, tenemos la posibilidad de mostrar la presencia de Dios, que es más importante que la solución de los mil problemas y situaciones trágicas que nos gustaría resolver.
Permítanme expresarlo con otra simple metáfora:
El fabricante de lápices tomó el lápiz a un lado, justo antes de ponerlo en la caja.
Hay 5 cosas que debes saber, le dijo al lápiz, antes de que te envíe al mundo. Recuérdalas siempre y nunca las olvides, y te convertirás en el mejor lápiz posible.
Uno: Serás capaz de hacer muchas cosas grandes, pero sólo si admites estar siempre en la mano de alguien.
Dos: Experimentarás un doloroso afilado de vez en cuando, pero lo necesitarás para convertirte en un mejor lápiz.
Tres: Serás capaz de corregir cualquier error que puedas cometer.
Cuatro: La parte más importante de ti siempre será lo que está dentro.
Y cinco: En cada superficie en la que estés siendo utilizado, debes dejar tu marca. No importa cuál sea la situación, debes continuar escribiendo.
Es bien sabido que San Francisco de Asís fue uno de los santos que más claramente expresó y vivió lo que significa ser un instrumento de Cristo, un «instrumento de su paz», dijo este Fundador. Una historia que cuenta que Francisco salió una vez del bosque de la Porciúncula, donde había estado rezando, y se encontró con el Hermano Masseo. ¿Por qué el mundo entero te sigue? ¿Por qué a ti? No eres guapo, ni inteligente, ni educado, y no vienes de una familia noble. ¿Cómo explicas esto?
Según cuenta la historia de los Fioretti, cuando Francisco escuchó esto pasó unos momentos mirando al cielo y su corazón estaba con Dios. Finalmente, dijo: Quieres saber por qué el mundo entero elige seguirme. Es porque el Señor no pudo encontrar más criaturas miserables para el trabajo milagroso que deseaba llevar a cabo, por eso me eligió a mí. Para avergonzar a la nobleza, la grandeza, el poder, la belleza y la sabiduría.
El texto del Evangelio de hoy es importante para todos, no sólo para San Pedro y los Papas. Nos corresponde a cada uno de nosotros liderar un grupo, una pequeña o gran comunidad de la Iglesia, y los momentos de desánimo y escepticismo vienen fácilmente. Pero Jesús llama a la Iglesia «mi Iglesia». Esto nos dice que Jesucristo es el dueño de la Iglesia. Él es la Autoridad Suprema. Ni Pedro ni los discípulos la poseen. Ni el Papa, ni los obispos, ni los religiosos la poseen. Todos pertenecemos a la Iglesia de Cristo. Y por esa razón podemos tener fe en las palabras que escuchamos de Cristo hoy: Las puertas del infierno (del mal) no prevalecerán contra ella.
¿Quién dices que soy? Con esta pregunta, Jesús nos recuerda que nuestro conocimiento de Él nunca debe ser de segunda mano. Una persona puede conocer cada veredicto que se ha dado sobre Jesús; puede conocer toda la Cristología; puede conocer todas las enseñanzas sobre Jesús; puede analizar el trasfondo histórico de cada declaración de Jesús. Pero el discipulado nunca consiste en conocer sobre Jesús; siempre consiste en conocer a Jesús. Jesús exige un veredicto personal de cada cristiano. ¿Quién dices que soy?
No perdamos de vista el hecho de que hoy Cristo está revelando el significado de ser la cabeza de su Iglesia, Papa y sucesor de Pedro. A un Papa se le confía una tarea particular en la Iglesia. Siempre ocupa el primer lugar, está llamado a alimentar a los corderos y a las ovejas y debe sostener a sus hermanos en la fe. La piedra de la que habla Jesús, es la fe profesada por Pedro. Esta fe constituye el fundamento de la iglesia, que la mantiene unida a la roca de Cristo, la hace indestructible y le permite no ser nunca sofocada por las fuerzas del mal. Todos aquellos que, como Pedro y con Pedro profesan esta fe, están insertos, como piedras vivas, en el edificio espiritual diseñado por Dios.